CICLOEXPEDICION POR SURAMERICA

Un grupo de convencidos en que otro mundo es posible emprenderemos un recorrido por Suramerica en bicicleta, con el proposito de integrar a nuestros pueblos en torno a 5 temas que son comunes: agua, pobreza, movilidad, amazonia, integracion.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Mitos y leyendas del nuevo milenio.


Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza
Centro
de Estudios para el Desarrollo y la Participación CEDEP


CONTENIDO


Introducción
I. La pobreza según los sofistas
II. La pobreza en la Cumbre Social de Copenhague.
III. Metas y mitos del Milenio.
Conclusiones



I
LA POBREZA SEGÚN LOS SOFISTAS

Según refiere Platón en el Libro VII de La República, Sócrates explicaba que los que viven en este mundo se parecen a seres encerrados en una caverna, donde se hallan encadenados contra un fuego que arde a sus espaldas, de modo que sólo contemplan las sombras que pasan por delante, proyectadas por objetos que se mueven entre ellos y el fuego. Al sostener los hombres comunes que las sombras son la realidad, se oponen a los filósofos empeñados en contemplar el reino del día y de la brillante luz, causa última de todo. Quien haya logrado esta superación, es decir quien sea capaz de contemplar las esencias, las causas últimas de las cosas y no sólo sus consecuencias, no apreciará la sabiduría que afirman poseer los moradores de la caverna. Es preciso que la inteligencia pase de las sombras a la realidad.
Contrariamente a Sócrates, los sofistas eran maestros en la enseñanza de la areté. Areté era la "excelencia", el desarrollo de las cualidades de los individuos.
Los sofistas cobraban dinero por impartir cursos que escribieron en tratados que llamaron tekhnai o artes. Artes en hacer. En manejar, gestionar, medir. Enseñaban técnicas de discusión y de elocuencia a los jóvenes, usar la palabra para refutar al adversario político. Eran racionalistas, no creían en la intuición; relativistas (no estaban seguros de nada) e individualistas; no crearon escuela, vendían sus conocimientos a los jóvenes aristócratas para enseñarles a luchar por la riqueza y el poder. Creían que no existen verdades universales, solo la de cada uno. Para Sócrates sin embargo, el bien y la justicia son esencias universales, pertenecían no al mundo de las sombras, de la caverna, sino al mundo de la luz. Tienen la misma objetividad que la geometría o la matemática. La verdad estaba en el bien y el bien estaba en la justicia. Había relación entre verdad y ética. Pero lo esencial no era lo dogmático sino lo ético. Sócrates sostenía que los filósofos son quienes buscan la verdad, no quienes afirman que la poseen. Afirmaba que en el Estado perfecto los gobernantes no han de buscar el gobierno con miras al provecho propio; la política no es logro de poder sino renuncia a una vida más elevada. Había criticado a la democracia, especialmente a la práctica de elecciones de grupo, ridiculizando que en ningún otro oficio podía una persona ser designada de esa forma, por la elección de los ignorantes.
Los sofistas creían que la ley es un producto humano dependiente de cada pueblo y cultura. Que lo bueno es lo útil y lo importante es persuadir, independientemente de lo que se diga. Sostenían que la felicidad es proporcional al éxito y que la virtud es la habilidad para conseguirlo.
La controversia entre Sócrates y los sofistas acabó en un juicio. Ridiculizado por Aristófanes en Las moscas, señalado por uno de sus discípulos, Sócrates fue acusado de impiedad, juzgado por un jurado de 500 ciudadanos y condenado a muerte por mayoría.
Al no retractarse de sus opiniones, aquella mayoría ciudadana lo declaró culpable y votó por su muerte. Era un veredicto legal y democrático. Sus discípulos le aconsejaron que huya, todavía podía hacerlo, pero eso era contrario a sus principios. No podía retractarse, porque hubiera mentido, ni fugar porque hubiera dado un mal ejemplo a sus discípulos, había sostenido que la ley debía ser respetada. Y bebió la pócima mortal.
Siglos más tarde, Kant sostenía como Sócrates que no conocemos ni podemos conocer el absoluto puesto que el conocimiento humano se limita a la experiencia; pero que, a pesar de ello, el ser humano es un ente dotado de razón y sin embargo la metafísica es su necesidad natural. ¿Cómo resolver esta contradicción entre la limitación humana a la experiencia y la aptitud y necesidad de conocer las verdades últimas dada a los seres humanos? La solución a este problema se da en el campo de la moral, aquella fuerza invisible que determina la acción; la conciencia del bien y del mal nos dice cuándo actuamos para beneficiarnos: "me conviene afirmar esto porque así quedaré bien con los poderosos ", éste sería un criterio de conveniencia. La conciencia moral dirá: "debo decir la verdad y no importa si ello me cuesta el empleo, la fortuna o la vida". El deber no supone estrategias, es un fin en sí mismo que tiene que ver con todos los seres humanos. Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.
En realidad los temas de la pobreza, la felicidad, la riqueza, han embargado la historia del pensamiento humano religioso y laico. Con Sócrates y Platón, San Agustín, Tomás Moro, Hegel y Marx, y muchos otros, la filosofía, es decir la búsqueda de una verdad siempre abierta, siempre perfectible, ha sido la obsesión de muchos seres humanos. Heidegger perteneció a la gran tradición idealista alemana, historicista, preocupada por las esencias y el mundo de la sabiduría. Adam Smith, John Stuart Mill y los utilitaristas pensaron en la felicidad desde la sencillez del mundo cotidiano y sostuvieron que los seres humanos, por naturaleza, buscamos la felicidad y huimos del dolor.
Jeremy Bentham no estaba preocupado por la verdad sino por la felicidad. Basaba su filosofía utilitarista en el principio de que el objetivo de la moral es la promoción de la mayor felicidad para el mayor número de personas. Se fundamentaba en la premisa de que la felicidad de cualquier individuo consiste en un balance favorable de los placeres sobre los dolores entendiendo por placer la felicidad. Consecuentemente, aquellas acciones que tiendan a incrementar el placer son buenas, y aquellas que tiendan a incrementar el dolor, malas. Para Jeremy Bentham, sin embargo, el utilitarismo no debía quedar en un sistema ético sino que debía ser el soporte filosófico de la legislación social. "La mayor felicidad para el mayor número" debe ser la meta del individuo y el estándar de su conducta. Porque la desigualdad es la mayor amenaza para la libertad. Pero la desigualdad no es sólo económica sino que se da en las relaciones de poder entre clases sociales y sexos. En La esclavitud femenina John Stuart Mill demuestra que las relaciones desiguales entre los sexos son “malas en sí mismas” y forman uno de los principales obstáculos para el progreso de la humanidad. La desigualdad debería ser sustituida por una “igualdad perfecta” sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para otro.
Si nuestro primer escenario fue Atenas, nuestro segundo escenario transcurre en el castillo de Wilderstein el 27 de junio de 1945. Aquí se encuentra refugiada la Facultad de Filosofía de la Universidad de Friburgo. Está terminando la segunda guerra mundial, las fuerzas francesas avanzan y Alemania está a punto de caer. Martín Heidegger pronunció entonces su discurso sobre la pobreza. ¿Qué tenía que ver la pobreza con la derrota de Alemania? Heidegger recordó a Holderlin, el gran poeta alemán. Entre nosotros, dice Holderlin en su Ensayo sobre los períodos de la historia occidental, todo se concentra sobre lo espiritual, nos hemos vuelto pobres para llegar a ser ricos.
Nos hemos vuelto pobres para llegar a ser ricos. La figura no era nueva. Los monjes benedictinos que habían hecho voto de pobreza en el siglo X acabaron fundando la riqueza de la Europa capitalista moderna. Ellos querían construir una riqueza virtuosa en la tradición de Sócrates, Platón y Jesús; pero sobre sus logros se edificó una civilización basada en la técnica, el éxito, el despilfarro, la dominación del rico sobre el pobre, del hombre sobre la mujer, del desarrollado sobre el subdesarrollado, de los blancos sobre los negros e indios y la destrucción de la naturaleza por la industria de consumo de masas para un bienestar basado en la acumulación de cosas. Porque, a la inversa de la historia bíblica en que el pueblo de Israel es castigado, en este caso la adoración al becerro de oro reemplazó al dios de los cristianos. En una suprema demostración de vanidad y prepotencia los seres humanos sostuvieron que podían y debían dominar la naturaleza y ponerla a su servicio. Pero como no eran filósofos sino sofistas, creían que la felicidad equivale, no al mayor bienestar para el mayor número, sino a una montaña de bienes materiales para un número pequeño de privilegiados.
Había que tratar entonces que la pobreza no termine en ese tipo de riqueza, sino que se equipare con la riqueza del espíritu. Pero ¿qué es el espíritu según la metafísica? Lo contrario de la materia, la fuerza eficiente de la iluminación y la sabiduría (Santa Sofía en la tradición cristiana ortodoxa rusa que también venía de lo griego), lo mágico, la voluntad originaria. Espíritu es sabiduría, sabiduría es virtud. La conciencia de sí dice Descartes, el sujeto, la voluntad originaria que se quiere ella misma (Heidegger).
Porque para fenomenólogos como Heidegger, la relación sujeto objeto ha impregnado la historia de la humanidad. Nosotros creamos los objetos decían los fenomenólogos, el objeto no es otra cosa que el sujeto proyectado. Pero en la realidad son los objetos los que nos dominan a través de la necesidad. A partir de Holderlin, Heidegger afirma que la relación entre objeto y sujeto está determinada por el reino de la necesidad. Los objetos son lo que nosotros elaboramos y utilizamos como fines y metas destinados a satisfacer las necesidades que en nosotros despierta la necesidad que él llama apremiante.
Ser verdaderamente pobre significa ser de tal manera que no carecemos de nada, salvo de lo no necesario. Porque carecer quiere decir: no poder ser sin lo no necesario y así precisamente pertenecer únicamente a lo no necesario.
Decía Heidegger que eso de lo que carecemos nosotros no lo tenemos pero es lo que nos tiene. Puede incluso tenernos de una manera tal que nuestra esencia dependa únicamente de eso de lo que carecemos. Cuando hemos edificado una montaña de objetos que equiparamos a la felicidad, somos eso, dependemos de la montaña. El tema es que ahora, al comenzar el siglo XXI, la montaña se nos viene encima y debemos recuperar la pobreza auténtica, la que no depende de lo no necesario.
Porque Necesidad viene de Necesse lo inevitable, lo que no cesa ni cede. Ne No. Cedere, Parar.
Por eso, lo liberado es lo dejado en su esencia y guardado de cualquier coacción de la necesidad apremiante. Invierte o vuelca de inmediato la necesidad.
Así como la libertad, en su esencia liberante de todas las cosas que por anticipado trastoca la necesidad apremiante es la necesidad, así el ser pobre en tanto no carecer de nada salvo de lo no necesario, es en sí también ya el ser rico. Esa es la riqueza que debemos crear.
El tercer escenario es Lima Perú, 2009, una grande, tumultuosa, caótica ciudad en un mundo señalado por la pobreza extrema donde los niños dan volteretas en cada esquina a cambio de unas monedas, miles de mujeres venden sus cuerpos, los jóvenes pasan 14 o más horas trabajando de cobradores en pequeños vehículos contaminados y atestados de pasajeros. Veo un aviso en La República (no la de Platón sino el diario). El aviso de media página muestra un auto Mercedes Benz del año y dice: hecho para que Ud. domine el polvo. Y los demás lo muerdan. Clase M. Poder en su estado más refinado. La riqueza basada en los objetos es también poder, y poder en su estado más refinado según los fabricantes y vendedores de Mercedes Benz; es hacer que los demás muerdan el polvo. Pero si no puedo hacer que los demás muerdan el polvo dejo de ser yo en la filosofía marca Mercedes Benz. Mi esencia, mi razón de existir está en hacer que los demás muerdan el polvo. Sin ello no sería nada ni nadie porque finalmente, al haber perdido mi identidad humana como consecuencia de la riqueza basada en objetos, no manejo el objeto sino el objeto me maneja a mí, no sería nadie sin él. Es la riqueza que es poder y está hecha para que los demás, los pobres, muerdan el polvo.
En la historia del Occidente de los sofistas que nos dominó y nos impregnó, la pobreza de los que muerden el polvo es funcional a la riqueza tipo Mercedes Benz. Sin la pobreza no existiría la riqueza. Sin la riqueza tipo Mercedes Benz no existiría la pobreza. La riqueza depende de la pobreza para existir. Sin la pobreza la riqueza basada en objetos no existiría. Los occidentales desarrollados tipo Mercedes Benz fueron pobres para ser ricos dominados por los objetos materiales y después vivieron de los pobres y quedaron sujetos a ellos. No se puede explicar la pobreza de los que muerden el polvo sin sacar a luz la riqueza Mercedes Benz basada en objetos materiales.
Pero, arrinconados en la cueva de Platón, vemos sólo la pobreza sin analizar la riqueza. Hemos creado una antropología, una economía, una sociología de la pobreza pero no de la riqueza. Los pobres son analizados, estudiados, identificados y medidos por los sofistas de esta época. Mientras la riqueza permanece intocada por los estudios económicos, sociales y antropológicos, los estudios sobre la pobreza prosperan y se multiplican.
Eludir el análisis crítico de los lazos que unen la pobreza a la riqueza es seguir la tradición sofista que es la del éxito y del poder pero no de la verdad, la moral y la justicia. Siguiendo esa tradición, la pobreza fue estudiada y medida a partir de 1834 por Rowntree en términos racionales y cuantitativos. Se la aisló del resto de la red social pobreza – riqueza a la cual estaba encadenada así como se aisló poco después la economía de la política y se había separado antes el derecho de la justicia y la moral. Interesaba saber cuántos eran los pobres, identificarlos, discriminar los pobres dignos de los pobres indignos y asegurar que no amenacen el sistema de los ricos con sus quejas y protestas, que no contaminen al resto de las ciudades con sus enfermedades y suciedad física que no era otra cosa sino el reflejo y consecuencia de la suciedad moral de tipo Mercedes Benz de las alturas. Primero las casas victorianas de trabajo forzado y luego las más benignas pero engañosas políticas sociales asistencialistas focalizadas en los pobres dignos, aseguraron que estuviesen tranquilos mientras la represión, la cárcel o la eliminación física se abatía sobre los pobres que se consideraba indignos. La medición de la pobreza por la vía de los ingresos iniciada por Rowntree tuvo una larga trayectoria que se extendió a otros países y culminó en las modernas técnicas a partir de las teorías de modernización de Rostow según las cuales el progreso era universal, inevitable y unilineal; la naturaleza era inagotable y el desarrollo equivalía al consumo industrial de masas basado a su vez en el dominio humano sobre la naturaleza. Es el consumo el que democratiza las sociedades, las moderniza y enriquece, se decía. Se ignoraba que en las sociedades atrasadas y pobres también existe la riqueza material de los ricos y que existe también allí una relación interdependiente entre pobreza y riqueza. Y la pobreza auténtica, aquella que no depende de lo no necesario, fue estigmatizada como tradicional, indígena, atrasada, destinada a ser superada por el desarrollo basado en el consumo de masas.
Y no es que no se haya tratado de atacar las causas también en Occidente. William Beveridge formuló en 1943 su Informe ante la Reina de Inglaterra planteando el combate contra los cuatro gigantes: la miseria, la suciedad, la necesidad y la desocupación, diciendo que después de una tragedia como la segunda guerra era época de revoluciones y no de parches. Y el plan de Beveridge sirvió para que Inglaterra y Europa pudieran superar la pobreza a lo largo de 50 años mostrando que la pobreza puede ser no sólo superada sino prevista y evitada. Keynes y Beveridge mostraron que incluso aceptando y humanizando el capitalismo por la vía de un nuevo contrato social, la pobreza podía ser eliminada y prevista; y se podía crear un estándar mínimo a partir del cual pudiesen florecer libremente las diferencias entre los seres humanos al tiempo de respetarse la igualdad en derechos.
Pero la respuesta de los poderes mundiales de la época a Keynes y Beveridge operó en tres planos. En el ideológico, los conservadores argumentaron que la seguridad social universal era, como sostuvieron Friedrich Von Hayek y sus colegas de la Sociedad Mont Pelerin, un camino a la servidumbre de los ciudadanos respecto del Estado. En el plano académico, introdujeron y promovieron su propia lectura de las ideas de Von Hayek y Friedman (liberar la codicia) en las principales universidades del mundo financiando su difusión desde poderosas fundaciones. Y en el plano económico, el gran capital industrial huyó de la Europa social demócrata y social cristiana hacia el Asia, donde no existía una cultura de derechos laborales y había una inmensa e inagotable mina de trabajo humano barato, allí donde el comunismo chino puesto en el atolladero de la revolución cultural necesitaba una alianza con el gran capital para encontrar una puerta de salida hacia su propia acumulación capitalista primitiva. Todo ello fue presentado como el victorioso resurgimiento del capitalismo por la vía de los tigres del Sudeste asiático mientras colapsaba el socialismo soviético, el keynesianismo era estigmatizado y se abría paso el pensamiento único neoliberal.
Mientras tanto, alrededor y a partir de las Naciones Unidas, la presión internacional de las naciones, los intelectuales que postulaban la democratización, los movimientos sociales y la sociedad civil, fueron obteniendo, unas veces en el discurso y otras en la realidad, la ampliación de derechos ciudadanos a las mujeres (en las Conferencias de El Cairo y Beijing) a los niños y niñas a través de la Convención por los derechos del niño; y en menor grado a los aún discriminados adultos mayores. El apartheid sudafricano fue vencido, los derechos civiles de los afrodescendientes norteamericanos fueron conquistados en los Estados Unidos, convenios en respeto de las poblaciones indígenas fueron firmados, las mujeres continuaron el largo camino hacia la igualdad de género que iniciaron desde 1791, cuando Olympe de Gouges afirmó en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana que Las mujeres tienen derecho a la tribuna del mismo modo que tienen derecho al cadalso. Fue el camino de los clubes de mujeres en la Revolución Francesa, las Sociedades de mujeres republicanas y revolucionarias, las Sociedades fraternales de uno y otro sexo, los Clubes de ciudadanas revolucionarias. O el recuerdo de María Desraimes organizadora del Primer Congreso Feminista Internacional, Auberine Auclert fundadora del grupo Los derechos de las mujeres, de las comunistas Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo o Alexandra Kolontai. De las Asociaciones de Mujeres, las Uniones Femeninas, el Consejo Nacional de Mujeres Italianas; la sufragista Harriet Hardy Taylor, compañera de John Stuart Mill y autora de The Subjection of Women. Las sufragistas inglesas, las trabajadoras textiles de Milán, las tejedoras de algodón de Blackburn y Sheffield. De Simone de Beauvoir. Pero también fue el camino abierto por nuestras Micaela Bastidas, Juana Azurduy, las trabajadoras mineras de Bolivia y Perú, las mujeres indígenas y campesinas y obreras de toda América Latina.


II

LA POBREZA EN LA CUMBRE SOCIAL DE COPENHAGUE

El Consenso de Washington (entre la Casa Blanca, el Tesoro, la Reserva Federal, el Parlamento bajo dominio republicano y los organismos financieros internacionales) marcó en los noventa del siglo pasado el triunfo aparentemente definitivo de los sofistas en las políticas internacionales. El dólar ya había sido independizado de su expresión en oro por Nixon en los setenta. Al desregular el capital y permitir que los bancos de depósitos se unan a los de inversión, Clinton permitió que Wall Street se convierta en la locomotora del crecimiento mundial y los banqueros se lancen a la captura de los recursos del planeta. El keynesianismo fue estigmatizado, el Estado europeo del Bienestar fue tratado como una pieza irrepetible de museo y se liberaba, finalmente, la codicia, bajo el lema TNA, there is not alternative, no hay alternativa.
En estas circunstancias, la Cumbre Social de Copenhague fue una iniciativa que partió de las redes internacionales de organizaciones no gubernamentales con el gobierno democrático de Chile en 1993 para volver a vincular las políticas sociales a las económicas en un momento en que el neoliberalismo en boga trataba de operarlas separadamente bajo el argumento de que el crecimiento gotearía riqueza sobre la pobreza. Contrariamente a los sofistas que argumentaban que la pobreza y la desigualdad existieron siempre como parte de la realidad humana, se sostuvo que la pobreza no es un mal social eterno. Y, como dijo en ocasión Luis Somavía entonces embajador del gobierno de Patricio Aylwin en las Naciones Unidas, puede ser abolida. La pobreza no es fruto de acontecimientos naturales y menos de circunstancias insuperables, se afirmó, sino que puede ser superada y eliminada de la faz del mundo por una decisión colectiva de la humanidad, así como fue abolida la esclavitud.
Aun así, en el juego de las negociaciones y los entendimientos, la realidad mundial tuvo que ser mediatizada para que sea aceptada por el discurso diplomático y las costumbres de la tecnocracia. Continuando el reduccionismo occidental de tratar los síntomas e ignorar sus causas y limitar todo a un tema de indicadores cuantitativos, la Conferencia de Copenhague señaló la meta de reducir la pobreza mundial a la mitad al año 2000. Pero cuando en 2005 se reunió Copenhague más cinco en Ginebra, la pobreza no había disminuido sino aumentado. La ayuda al desarrollo no se había incrementado como mandaban los acuerdos de la agenda 21; los países pobres seguían entregando sus activos a bajos precios a la inversión extranjera; y una ola de especulación creaba ya la gran burbuja que estallaría el 2008. Fue entonces que un acuerdo entre la OCDE, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Secretaría General de las Naciones Unidas culminó en la convocatoria a la Cumbre del Milenio bajo el criterio de que el comercio era la vía principal hacia el desarrollo; cuando Hans W. Singer, Raúl Prebisch y los teóricos de la dependencia habían mostrado treinta años antes que era precisamente el comercio en condiciones de asimetría aquél que había llevado a nuestros países al denominado subdesarrollo y a la pobreza.

Los límites del crecimiento
Paralelamente, corrió un período de reflexión sobre la sostenibilidad del desarrollo. En 1968 se reunieron en Roma 35 científicos, políticos e investigadores de 30 países distintos, para hablar de los cambios que se estaban produciendo en el planeta por consecuencia de acciones humanas. En 1970, el Club de Roma, una asociación privada compuesta por empresarios, científicos y políticos, encargó a un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachussets la realización de un estudio sobre las tendencias y los problemas económicos que amenazan a la sociedad global. El informe Los límites del crecimiento, encargado al MIT por el Club de Roma fue publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo. La autora principal fue Donella Meadows pero también contribuyeron Dennis Meadows y Jorgen Randers. El informe se basaba en una simulación informática creada para analizar el crecimiento de la población, el crecimiento económico y el incremento de la huella ecológica de la población sobre la tierra en los próximos 100 años.
En el estudio se utilizaron las técnicas de análisis de dinámica de sistemas más avanzadas del momento. Se recopiló datos sobre la evolución que habían tenido en los primeros setenta años del siglo XX un conjunto de variables: la población, la producción industrial y agrícola, la contaminación, las reservas conocidas de algunos minerales. Diseñaron fórmulas que relacionaban esas variables entre sí —la producción industrial con las existencias de recursos naturales, la contaminación con la producción industrial, la producción agrícola con la contaminación, la población con la producción agrícola, etc.— y probaron esas ecuaciones en las relaciones entre los datos recopilados. Las perspectivas resultaron ser muy negativas. Una grave crisis en las producciones industrial y agrícola que invertirían el sentido de su evolución. Con algún retardo la población alcanzaría un máximo histórico a partir del cual disminuiría rápidamente. Hacia el año 2100 se estaría alcanzando un estado estacionario con producciones industrial y agrícola per cápita muy inferiores a las existentes al principio del siglo XX, y con la población humana en decadencia.
La crisis vendría acompañada de tasas de contaminación mucho más altas y la mortandad consiguiente reduciría la población humana incluso a niveles inferiores a los de la secuencia tipo. La introducción de controles sobre el uso de recursos, la producción de contaminantes y la natalidad, tampoco conseguirían impedir el colapso final.
La única modificación que conseguía eliminar la crisis consistía en la igualación inmediata de las tasas de natalidad y mortalidad en todo el mundo, la detención del proceso de acumulación de capital y el destino de todas las inversiones exclusivamente a la renovación del capital existente, modernizándolo para un uso más ahorrador de recursos y menos contaminante.
El Informe sobre los límites del desarrollo de Donella Meadows en 1972 inició la ecología política, el ecofeminismo y el ambientalismo. La tesis principal del libro de 1972 es que, en un planeta limitado, no es posible un continuo crecimiento económico. Estos límites pueden ser de dos tipos: de recursos naturales y de la capacidad de la tierra para absorber la polución sin mermar la calidad del medio ambiente. Los autores exponen como una posible solución a este colapso el "crecimiento cero" o "estado estacionario", deteniendo el crecimiento exponencial de la economía y la población, de modo que los recursos naturales que quedan no sean mermados por el crecimiento económico para que de esa forma puedan perdurar más en el tiempo. Es posible modificar las tasas de desarrollo y alcanzar una condición de estabilidad ecológica, sostenible, incluso a largo plazo. Debería buscarse un estado de equilibrio global. El estado de equilibrio global debería ser diseñado de manera tal que las necesidades de cada persona sobre la tierra sean satisfechas, y que cada uno tenga iguales posibilidades de realizar su propio potencial humano.
La proscripción de la esclavitud, la igualdad de sexos, la superación de la riqueza basada en objetos materiales, el crecimiento equilibrado con la naturaleza y una riqueza real basada en el florecimiento de las cualidades espirituales de los seres humanos dibujan el paradigma que sucederá a los antivalores de un mundo basado en la codicia. El dominio de los seres humanos sobre sus propios egoísmos debe sustituir al imperio de la maldita raza de los explotadores. Es lo que hará posible una paz basada en la justicia en todo el planeta, la mayor felicidad para el mayor número.
En 1992, 20 años después de la publicación original, se actualizó y publicó una nueva versión del informe titulado “Más allá de los límites del crecimiento”. Se exponía que la humanidad ya había superado la capacidad de carga del planeta para sostener su población. Otra versión actualizada, con el título: “Los límites del crecimiento: 30 años después” fue publicada el primero de junio del 2004. En esta versión, se actualiza e integra las dos versiones precedentes. Pero la Cumbre de la Tierra de 1992 no logró replantear la conciencia de los países ricos de que el crecimiento es igual al desarrollo material y el desarrollo material es igual al bienestar. No obstante, la conciencia ambiental del mundo ha crecido y se ha expresado en una presión cada vez mayor para que sean cumplidos el Protocolo de Kyoto y otros compromisos similares. Por ello se enfrentan en la amazonía peruana los civilizados ashuares, awajus, ashániKas, conibos, mashigengas, yaneshas y shipibos con la Pluspetrol, la Pan Andean, la Petrobrás, la Barret, la Burlington, y otros modernos salvajes adoradores del becerro de oro.
Salir de la adicción a la contaminación, la dominación de género y la esclavitud del dinero es el desarrollo integral de los seres humanos, es decir, el mejoramiento continuo de las personas y de las relaciones entre las personas no solo desde el punto de vista de su bienestar material sino ante todo en su calidad moral, cívica y ética; y significa también una ampliación del concepto de ciudadanía que venía desde las civilizaciones antiguas del mundo occidental y la revolución francesa a nuevas obligaciones y derechos.
Esta decisión obedece a imperativos éticos y morales: la pobreza es inadmisible y solo puede ser explicada porque al avance material y técnico de las sociedades contemporáneas no corresponde un conjunto suficiente de valores que sean efectivamente compartidos por todos los miembros de cada sociedad.
Sin embargo, un enfoque reduccionista de la pobreza redujo el concepto a términos monetarios o al acceso a servicios básicos, ignorando circunstancias como las crecientes diferencias económicas y sociales dentro de las sociedades modernas y la necesidad de levantar las trabas económicas, sociales y culturales que obstaculizan el desarrollo integral de las personas o que banalizan y pervierten el uso de la enorme riqueza material que el mundo globalizado genera.


III
METAS Y MITOS DEL MILENIO

En setiembre de 2000, representantes oficiales de 180 países, entre ellos el Perú, se reunieron en la Cumbre del Milenio convocada por las Naciones Unidas en Nueva York y adoptaron la Declaración que dio base a la formulación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ODM, que fueron propuestos por un equipo de técnicos dirigido por Jeffrey Sachs.
Se trata de ocho objetivos concretos: erradicar la pobreza y el hambre: lograr la universalización de la enseñanza primaria; promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud materna; combatir la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana, VIH; el paludismo y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; y fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
El equipo de Sachs propuso las Metas de Desarrollo del Milenio MDM, acompañadas en algunos casos, no en todos, de indicadores precisos para facilitar el seguimiento; y se definió un horizonte temporal de quince años al 2015 como tiempo necesario para lograr las metas. Se construyó así ocho objetivos, dieciocho metas y cuarenta y ocho indicadores.
Una de esas metas es reducir a la mitad, antes de 2015, la proporción de la población que vive con menos de un dólar por día.
El Perú, que es uno de los países firmantes, tenía en 2001 un 24% de su población viviendo con menos de un dólar por día, es decir 6´513,000 personas. Si quiere cumplir esta meta, sin considerar el crecimiento de la población, debería tener sólo 3´240,000 personas viviendo en la pobreza extrema dentro de quince años. Lo que quiere decir también, que cada año debería reducir en 216,000 personas, la cantidad que vive en la pobreza extrema. Tendría que invertir la corriente: el Perú produce 200,000 nuevos pobres extremos cada año, más de 500 por día.
¿Puede el Perú con su política actual no sólo invertir estas tendencias sino tener 216,000 pobres menos cada año?
Como hemos expuesto hasta el momento, las metas del milenio no son algo nuevo. Dijimos que en 1995, en la Conferencia de Copenhague, los mismos estados, también incluido el Perú, acordaron reducir la pobreza extrema a la mitad para el año 2000. Poco antes, el Perú había diseñado, con ayuda del Banco Mundial, su Estrategia de Lucha contra la Pobreza. En la primera mitad de la década del noventa, se focalizó la acción estatal en 419 distritos y se invirtió un total de 3,600 millones de dólares en seis años con cargo a deuda externa. Al cabo de ese lapso, según las estimaciones realizadas por la Encuesta Nacional de Hogares Realizada por el INEI a fines del año 2001 (ENAHO 2001), habían 45.2% de pobres y 24.4% de pobres extremos. La pobreza extrema, a pesar de la focalización y la inversión pública, había aumentado de 18% a 24%.
Pero esta comprobación no dio lugar a un debate de fondo ni correcciones importantes de política; ni a un examen de los indicadores que partían como siempre de metodologías diferentes. Se continuó con la misma política. Como otros países y aun con intentos de articulación y reducción de programas como la reciente estrategia Crecer, el Perú mantiene una enorme cantidad de proyectos y programas estatales que persiguen reducir la pobreza. Se “ataca” la pobreza como si fuera un enemigo físico. Se quiere aliviar las consecuencias y se ignora las causas que residen en la venta de los activos del país, la libertad a las empresas para que paguen salarios bajos a los trabajadores y trabajadoras, el abandono de los agricultores y ganaderos nacionales y pequeños (los grandes siguen concentrando tierras), la promoción de “modelos” de inmoralidad y anomia, etc.
Todo el esfuerzo de los últimos años ha consistido en mejorar las técnicas para medir e identificar la pobreza, pero hubo muy pocos esfuerzos destinados a examinarla como un fenómeno económico, social y cultural y preguntarse cuáles son sus causas. Una suerte de censura y autocensura acompañó a una actitud tecnocrática para definir y enfrentar la pobreza. Hay pues un escamoteo de lo que debería ser un debate social y político.
La pobreza es una marea social que crece día por día, con toda su carga de desmoralización, suciedad, desorden, violencia delictiva y corrupción (que alcanza las altas esferas del poder). La sociedad peruana padece algo más que el problema de tener parte de su población viviendo con menos de un dólar por día. Debemos preguntarnos por qué. Si no somos capaces de formularnos esta pregunta, responderla y actuar en consecuencia, las metas del milenio quedarán convertidas en los mitos del milenio.
Es obvio que si se clausura empresas, se despide trabajadores y se cierra el mercado interno a los pequeños productores nacionales de la ciudad y el campo, la pobreza aumentará. Si el Estado es incapaz de recolectar los impuestos necesarios (el Perú tiene 12% de presión tributaria mientras el promedio latinoamericano está en 18%), no habrá dinero para los servicios sociales. Y si encima de todo ello, se aparta la política social de la política económica, tratando ambas como entes separados, se forma una política pública esquizofrénica en que la política social constituye la pastilla calmante que trata de aliviar los males que causa la política económica.
Replantearse los problemas del desarrollo en nuevos términos parece ser muy importante después de la experiencia de quince años (1993 al 2008) de “luchar contra la pobreza”. Y eso significa ayudar a los productores a producir en vez de distribuirles alimentos gratis; crear empleo adecuado para los trabajadores vía la inversión pública y privada en lugar de presionar para bajar los salarios. E iniciar una reforma tributaria que signifique que todos financien servicios sociales para todos a la medida de sus ingresos, empezando por la educación y la salud. Un esfuerzo nacional que puede hacerse perfectamente por la vía de una democracia que merezca tal nombre.
Desde el fin de la segunda guerra mundial, las Naciones Unidas y el mundo en general siguieron una ruta de ampliación de derechos de los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, los adultos mayores, los trabajadores, los migrantes, los pueblos indígenas y todos aquellos grupos sociales que sufren distintas formas de explotación o discriminación. Este proceso enfatizó la necesidad de impulsar el desarrollo humano, es decir, el mejoramiento continuo de las personas y de las relaciones entre las personas no solo desde el punto de vista de su bienestar material sino ante todo en su calidad moral, cívica y ética; y significó también una ampliación del concepto de ciudadanía que venía desde las civilizaciones antiguas del mundo occidental y la revolución francesa a nuevas obligaciones y derechos.
Todo ello se expresó en numerosas asambleas de delegados de los países miembros de las Naciones Unidas y conferencias de jefes de estado, también llamadas Cumbres, que produjeron Declaraciones, Programas de Acción, Acuerdos y Metas sobre salud reproductiva, vivienda, empleo productivo, integración social, pobreza, y otros asuntos.
Sin embargo, un enfoque reduccionista de la pobreza promovido desde los organismos financieros multilaterales y por algunos economistas del neoliberalismo, redujo el concepto a términos monetarios o al acceso a servicios básicos, ignorando circunstancias como las crecientes diferencias económicas y sociales dentro de las sociedades modernas y la necesidad de levantar las trabas económicas, sociales y culturales que obstaculizan el desarrollo integral de las personas o que banalizan y pervierten el uso de la enorme riqueza material que el mundo globalizado genera.
Los denominados Objetivos y Metas del Milenio, proclamados por las Naciones Unidas el año 2000 expresan desafortunadamente este enfoque reduccionista y limitado cuando:

7. Reducen la pobreza a términos exclusivamente económicos cuando la definen por ingresos (aun los enfoques tecnocráticos contemporáneos buscan una definición más integral).
8. Fijan metas a unos objetivos y no a otros. Es notoria la ausencia de metas para empleo, uno de los problemas acuciantes del mundo actual. Proporcionar a los jóvenes un trabajo digno y productivo, es una declaración general, para la cual no es suficiente el indicador de la tasa de desempleo de las personas comprendidas entre los 15 y los 24 años. No es el desempleo sino el empleo sin dignidad ni derechos el problema en la mayor parte de los países pobres. Debería haberse fijado una meta referida a la reducción o eliminación de este tipo de trabajo, que está entre las causas de la pobreza. Las declaraciones generales neutralizan toda posibilidad de hacer exigencias a las sociedades y los gobiernos.
9. En el problema de la pobreza medida por ingresos fijan promedios conservadores, que son muy fáciles de alcanzar o ya han sido alcanzados por algunos gobiernos y sociedades que disfrutan de una mejor posición económica.
10. No se debe olvidar que los Objetivos y las Metas refieren a promedios nacionales que ignoran las enormes disparidades de todo tipo existentes dentro de cada país. Esto puede ser explicable debido a que los ejes pueden ser distintos según el tipo de diversidad de cada país (en el Perú costa y sierra, ciudad y campo, capitales y provincias).
11. Ignoran que la Cumbre Social de Copenhague de 1995 ya fijó como meta mundial la reducción a la mitad de la pobreza en el mundo al año 2000 sin alcanzarla. El año 2000 gobernantes de los mismos países se reunieron sin preguntarse por qué no se había alcanzado la meta fijada cinco años antes y la relanzaron para quince años después: al 2015.
12. Ubican como línea de base el año 1990, lo que conservadoriza todavía más las metas planteadas. Se debió fijar como línea de base la correspondiente al año 2000, no 1990.
Un seguimiento del cumplimiento de los ODM por el gobierno peruano choca con las siguientes dificultades:

5. La pobreza afecta de forma diferente a hombres y mujeres, a niñas y niños, a los jóvenes, los adultos y los adultos mayores; a las diferentes culturas (especialmente a los pueblos originarios); aspecto que no es identificado en la formulación de este ODM. Seguir los promedios no debe significar ignorar las disparidades.
6. El conjunto de los países comprometidos no han logrado aún estandarizar la información y las metodologías, para hacer un seguimiento ordenado de todas las metas. Es imposible hacer un corte general a julio de 2007.
7. Como lógicamente buen número de las estadísticas han sido recogidas a través del tiempo (desde 1990) siguiendo metodologías diferentes y actuando sobre universos distintos, no se las puede comparar. Se necesita armonizar las series estadísticas de manera de permitir tal comparación.
8. Existe falta de coordinación, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, entre las organizaciones de la sociedad civil y los Estados para hacer el seguimiento de los ODM. Debería asumirse en conjunto la misma metodología de seguimiento y evaluación y difundirla ampliamente ante la opinión pública.
Como consecuencia de ello, no es de extrañar que el Perú pueda exhibir ahora una reducción estadística de la pobreza. Las cifras oficiales basadas en estadísticas dicen que, entre 1991 y 2008 el Perú redujo la pobreza extrema del 26% al 12% y la pobreza total del 52% al 36%. Es decir que en diecisiete años habríamos bajado la pobreza en casi un punto anual, cumpliendo así una de las principales metas del milenio.
El Mapa de Pobreza de FONCODES 1995 fue hecho calculando necesidades básicas insatisfechas con base en el Censo de 1993; era una dimensión física, no monetaria. Pero el Mapa de Pobreza INEI 2007 considera la pobreza monetaria a partir del gasto de consumo mensual teniendo como base el Censo de 2005 que ha sido realizado con otra metodología. No se puede comparar ambas cifras.
Por eso, ahora los círculos oficiales del Perú y sus acompañantes de la tecnocracia sofista internacional pueden mostrarnos un país donde la pobreza estadística se ha reducido; pero que tiene a la tercera parte de su población en el hombre; tiene la tercera parte de la población tuberculosa de toda la región; donde el 40% de las escuelas son físicamente inhabitables. No es necesario continuar con otros síntomas que se refieren a creciente consumo de alcohol y drogas, violencia, anomia y otros males sociales.
De hecho, a los males estructurales que siguen sin resolver (concentración de la propiedad de la tierra rural y urbana), el Perú debe sumar las consecuencias de la política neoliberal y los males del moderno capitalismo.


Conclusiones

Ahora, cuando hemos pasado por los preparativos de la Cumbre Social de Copenhague que planteó que la pobreza debía ser reducida a la mitad al año 2000, por la propia Cumbre Social de 1995 y por Copenhague más cinco el año 2000 en Ginebra que comprobó que se había avanzado muy poco; por la Cumbre del Milenio que planteó nuevas metas al 2015 teniendo 1990 como línea de base; y cuando llegamos al 2009 y ya percibimos que no lograremos tampoco las metas al 2015, nos damos cuenta de que hemos estado viendo sólo las sombras proyectadas en la caverna y que es un imperativo moral salir de ella.
Hoy nos encontramos al final de varios ciclos. Al final del ciclo del desarrollo que estuvo basado en la acumulación de objetos industriales, el ciclo de la alienación que empezó con el crecimiento industrial y terminó con el calentamiento global. Nos encontramos también al final del ciclo especulativo que empezó con la desregulación auspiciada por el consenso de Washington y terminó con la crisis financiera y económica de 2008. Y también al final del ciclo del pensamiento único neoliberal que empezó con Friedrich Von Hayek y Milton Friedman y terminó con los Premios Nobel otorgados a Joseph Stiglitz y Paul Krugman.
Es hora de retornar a Kant. Al imperativo categórico del deber. Al mejor utilitarismo: aquél que encomienda a los individuos y las sociedades crear la mayor felicidad para el mayor número. A la fenomenología de Heidegger que nos llama la atención acerca de que la verdadera libertad consiste en no depender de lo no necesario. Al mejor liberalismo, el de John Rawls, que afirma que toda ley injusta debe ser abolida. Al mejor socialismo que construye democracia inclusiva, solidaridad, libertad y paz a partir de los movimientos sociales y ciudadanos. Y sobre todo a la demanda de Sócrates a salir de las sombras de la caverna y reemplazarlas por la luz de una sabiduría que busque permanentemente la verdad. 


Hector Bejar.








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